En la cuenca del Águeda, nos encontramos, en término de Fuenteguinaldo, con los vestigios de otra ciudad prerromana, Irueña llaman hoy al sitio. Sánchez Cabañas describe ligeramente el lugar, ya entonces dehesa y habla de sus muchos edificios romanos y de "tres columnas levantadas que llaman los milagros de Urueña", añadiendo que eran semejantes a las de Ciudad Rodrigo, que había otras caidas por el suelo y eran sus piedras llevadas a los pueblos cercanos para hacer casas.
El asiento de la población es, como siempre, un monte alto y escarpado que cercan el río Águeda por E. y S., y el regato Rolloso, describiendo violentas curvas de NO. a N.
En la confluencia de ambos, a NE., se halla el molino del Sobrado, hecho con piedras de la ciudad. Aún están practicables los caminos que subían a ella, serpeando entre agrios lanchares de pizarra y una vegetación bravía y lozana cubre la planicie de su cumbre, sombreada por mata de roble. La cerca de muros estaba hecha cuidadosamente con las mismas lajas de pizarra que da el terreno; mas como ellas resisten poco, deshojándose a la intemperie, de aquí que a grandes trechos no aparezca sino como un terraplén de pocos metros de altura, en cuyo talud asoman las alineadas tandas de pizarra. Su circuito no será mucho menor que el de Ávila.
En la fragosa punta de hacia N., donde aboca el camino, están visibles cimientos de una puerta formando repliegue en curva hacia adentro y luego hay trechos de muro bien conservados de parte del Águeda y un sitio que llaman la puerta del Sol hasta donde sube otro camino desde el río cabalgando sobre muretes. Pasado esto, gira en semicírculo hacia S., llegando casi a perderse sus trazas, aunque es de suponer fuese por allá muy robusta la defensa, supliendo la menor fragosidad del terreno.
El lienzo que tuerce luego derecho, hacia N. NE. era el más extenso y allá parece que hubo otras dos puertas; queda algún trozo de muro de lajas de tres metros de alto y en cierto sitio una restauración hecha con cantos de granito amontonados. Todo el suelo de la ciudad es un cúmulo de ruinas, asomando, entre zarzas y matorrales, montones de lajas y de cantos de granito sin labrar y traídos de lejos, cimientos, sillares, ladrillos, pedazos de tégulas e ímbrices, paredes y otros vestigios, acusando el estrago de sus casas y templos, pues la ciudad mantuvo importancia en la época romana y erigió monumentos grandiosos.
En lo más alto se forma un cuadrilátero grande y llano sobre terraplenes que nombran la Plaza; montículos de lajas denuncian los edificios que la rodeaban y en su lado de NO. debió de haber un templo porque allí yace aun media basa céltica de granito, sin plinto, pero sí astrágalo y con 0,85 m. de diámetro para el fuste. Otras dos bases iguales y enteras se han llevado a Fuenteguinaldo, sirviendo de pie a la Cruz del Camposanto y a la que surge ante la ermita; y allí mismo existirían las columnas de que habla Sánchez Cabañas. Es de notar, además que efectivamente parecen hermanas de éstas las de las tres columnas que hay en Ciudad Rodrigo y esto hace sospechar si serian llevadas desde aquí en el siglo XVI.
A otra ruina llaman el Campanario y quedan anchos cimientos, acusando varias líneas de muro, de donde se han extraído sillares en gran número, cuyo tamaño, a juzgar por los que allí quedan, alcanzaban a 1,35, 0,65 y 0,40 m. en sus tres dimensiones y son de granito, poco labrados y con muesca para suspenderlos.
Otras paredes hay de mampostería y argamasa, entre ellas una de planta semicircular hecha con lajas, que dicen el Homo. Vi también restos de un pavimento de baldosas, cuyo grosor es de 0,08 m. y el largo excedía de 0,45; a su lado, trozos de grandes muros, tejas planas y crecida pila de escombros. Por todas partes enormes macizos de lajas y sillares marcan el sitio de las casas y en el río se ve un gran tambor de columna echado allí desde la cumbre. En el ángulo SO. de la ciudad, dentro del recinto, se ha desenterrado un toro de granito, el mayor que conozco, después de los de Guisando. Le dicen la Yegua; mide 2,40 rn. de largo por 0,80 de ancho y ha sido roto en dos trozos quedando separadas las patas y peana del tronco. Su traza es desgraciada e incorrecta, su labor, sumaria; La ancha cabeza se corta en planos rectos, acusándose tan solo la boca y unos profundos agujeros en el testuz, donde quizás se acoplaran cuernos de bronce; una serie de entalladuras paralelas forman su morrillo y gorja, sin diseñarse bien las extremidades delanteras; gran parte del lomo ha sido hecho pedazos buscando dentro de la piedra el soñado tesoro y en la grupa se marca de bulto el rabo, arqueado sobre la nalga izquierda.
Al extremo contrario del recinto y junto al pie de su muro, se tropezó ha pocos años con otra escultura de animal perfectamente conservada, aunque luego le han roto la cabeza. Es un berraco del tipo del de Lumbrales, pequeño, pues mide 1,03 m. de largo por 0,47 de alto y esculpido sumariamente en granito de buena calidad. Mantiene por conservada intacta la cresta de su espinazo sin los hoyuelos de costumbre. Cerca de la puerta del Sol se han hallado también una caja de piedra, como ataúd y una estela, arqueada por arriba y con epígrafe, que se llevaron al susodicho molino y fueron deshechas. De aquel mismo procede otra piedra de granito que vi en Fuenteguinaldo en la puerta de una casa, cortada en forma de nacela y con una luna de relieve al frente: longitud, 0,46; grueso, 0,41 m. Los cascos de vasijas, revueltos entre los escombros de la ciudad, son de manufactura grosera.
Nada tiene que ver y prácticamente poco queda de lo que se dice en este antiguo relato de principios del siglo XX. Actualmente se trabaja en el Castro para conservarlo y recuperarlo aunque los trabajos van harto lentos. Mucho es lo que hay que hacer y poco lo que se invierte en ello.
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